Ciudad, signos, colisiones: mínimas reflexiones a una semana del accidente en la estación de Flores.
Serían las siete y monedas. Repasaba con la vista perdida las tapas de los diarios cuando el viejo del puesto le dice a una mina que preguntó algo: “Hubo un accidente, en Flores, chocó el tren con un colectivo” (se muerde los labios, cierra los ojos).
Hace más de 10 años que viajo en tren todos los días, y vos que también viajas o no, pero conocés a otros que si, sabemos de la precariedad que nos toca transitar: esperar y esperar trenes que no vienen; estar arriba, andando, pero el tren se para y se queda así un rato largo; detenidos en alguna estación, mientras se cierran las puertas para arrancar, se escucha un murmullo fritado por los altoparlantes: se hizo rápido y vamos a tener que seguir de largo, bajarnos donde pare y después volver para atrás; el tercer riel desnudo, sin tapar, con pibes que murieron electrificados por pisar ahí; y así mucho más….
Una precariedad fruto de la lógica mercantil del palo y a la bolsa, del si pasa, pasa, en pos de maximizar ganancias. Pero ¿la precariedad es sólo un problema económico? ¿No tiene que ver con un escenario de cuerpos diseminados, que circulan en sentidos diversos, cada uno con su propio chip? Al mismo tiempo hay algo igualador, un férreo canon: cada uno va a trabajar, estudiar, comprarse algo, divertirse, pero con su si mismo como centro del mundo…